Esa comunidad llamada menonita

Ni el más mínimo rastro de música. Un silencio sepulcral reina a lo largo de las 10 mil hectáreas que conforman la comunidad menonita ´Nueva esperanza´ en el corazón de la pampa argentina. Allí el silencio es algo más que ausencia de sonidos; es un vacío que cobra materia y gravedad propias.

De golpe, un muchacho de apellido Peters entra a hurtadillas a la camioneta de un ´foráneo´ estacionada a las afueras de la fábrica de quesos de su padre. Enciende el pasacasetes con sigilo, una canción mexicana reverbera en el interior. Al saberse visto, el joven interrumpe su ´incorrección´ musical y con torpe disimulo finge reparar algo. Al poco, desciende del vehículo y vuelve a la rutina. Porque si algo hay en la comunidad es rutina. Y orden. Todo está perfectamente distribuido. Las casas, los establos, los sembrados, los menonitas –cerca de 1.200–, se suceden unos a otros en idénticas proporciones.

En el campo 6 vive Cornelio, el carpintero –campo es cada uno de los barrios o divisiones que componen la vasta extensión de tierra. Es una diferenciación simbólica; no hay cercas, no hay letreros, señales. No hay jardines–. Los muebles que fabrica son de tal calidad que le suelen hacer encargos de muchas zonas de La Pampa –el contacto comercial con el exterior es, en muchos casos, el único vínculo que tienen con La Argentina–. Cornelio también se ocupa de hacer los cajones para enterrar a los menonitas que fallecen. Lo relata sin sobresaltos, apurando un cigarrillo tras de otro, en un español fluido pero tímido. Su lengua materna o, mejor dicho, la lengua de todos ellos, es el alto alemán. El idioma es una de tantas costumbres del Siglo XVI que esta comunidad guarda con celo desde entonces, cuando surgieron en Holanda de la mano del sacerdote Mennon Simonsz (de ahí el nombre de menonitas), un reformista que se opuso al bautismo, al la idea de Estado y a las comodidades propias de la Modernidad.

La carpintería es impecable. Cornelio muestra con orgullo una máquina cortadora que compró hace poco en Bolivia, país harto frecuentado por los menonitas asentados en Argentina y con numerosas comunidades semejantes. Cuatro carteles del Boca Juniors constituyen el decorado. De resto, las paredes están desnudas. Sus dientes estropeados y ennegrecidos, junto a una blanquísima piel un tanto maltrecha por el sol, le confieren una apariencia muy por encima de sus 32 años. Es una característica que se repetirá al interior de la comunidad: los habitantes lucen avejentados.

Cornelio es uno de los menonitas más dados a los cambios. Sin embargo, se mantiene firme frente al corpus de la tradición –pese a los cigarros, al celular, los devedés, el microondas, incluso el revólver que compró hace poco en Bahía Blanca–. ´Andan por la calle´, observa contrariado, sobre la juventud menonita que, con una lentitud pasmosa, gana un irrisorio terreno en el ejercicio de sus libertades individuales. La calle a la que se refiere es una alegoría porque, en estricto rigor, no hay calles: las carreteras principales son polvosos caminos, también, como el resto de elementos, sin marcas diferenciales. Poco después enseña su casa, contigua a la carpintería. Otro rasgo menonita: el lugar de trabajo es un apéndice del hogar. O viceversa. El principal objeto ornamental de la casa son los 7 almanaques que penden de las paredes. Todos coinciden en la fecha. Su mujer y sus hijas se escabullen como fantasmas no bien advierten la presencia de extraños. No hablan español.

La austeridad de las casas, más que monacal, es insoportable. Ningún atisbo de belleza, ni un solo portarretratos, ni una sola flor. La vestimenta consta de overol y camisa a cuadros para los varones; vestido largo, pañuelo alrededor de la cabeza y sombrero para las mujeres. Sin distingos de edades, excepto por el color de la cinta del sombrero que da la medida de quién está comprometida, viuda o disponible.

Para llegar a la colonia menonita ´Nueva esperanza´ es necesario viajar 25 kilómetros desde la población más cercana: Alpachiri, un apacible pueblo de 2 mil habitantes ubicado a 220 kilómetros al sur de Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa. Sin embargo, el terreno es jurisdicción de Guatraché, municipio con el que también guardan alguna relación comercial.

En el camino desde el pueblo hay cultivos de avena, trigo, centeno y, por sobre todo, grandes extensiones de tierra. En un momento dado un letrero, el único de la zona, indica el inicio de la colonia ´Nueva esperanza´. A primera vista da la impresión de conducir a una campiña europea.

Si bien la comunidad es una estructura monolítica que se autoabastece, el contacto con el exterior es cada vez mayor. Fabio Rausch, vecino de Alpachiri, sabe de la laboriosidad de los menonitas, con quienes tiene vínculos económicos: distribuye por todo el país silos Made in Nueva esperanza. ´Es la industria (la menonita) que más factura de La Pampa´, aunque muchos no hablen del tema. Al fin y al cabo su comunidad es una suerte de isla jurídico-política al interior de una República constituida.

Estos hombres suspendidos en el tiempo tienen toda la apariencia de ser inofensivos, pero no todos los ven con buenos ojos. Ricardo Ferrer, otro vecino del pueblo, que los conoce de tiempo atrás, apunta: ´no tienen condición de ciudadano´.

Lo cierto, con adeptos y enemigos, es que la comunidad marcó la historia del tranquilo Alpachiri cuando se estableció allí en 1986. Llegaron provenientes de México.

Una cinta roja anudada al cerco de una casa es el santo y seña para que el farmaceuta de Alpachiri, de visita 3 veces por semana, se acerque a prestar sus servicios. De resto, los menonitas parecen no depender mayor cosa del mundo exterior. Es un limbo medieval en La Pampa. ´Su sentido de identidad es desde la religión´, explica la antropóloga alpachirence Virginia Günther, quien ha investigado su sistema de vida y los conoce al dedillo. De ahí que ellos tengan independencia educativa. Uno de los pedidos hechos en 1986, cuando se afincaron en el país, fue que aún a despecho de la Ley Federal de Educación de la República Argentina se les respetara su modelo de enseñanza. Modelo en el que los chicos cursan hasta los 13 años y en el que se ciñen al estudio de la Biblia. Algo de aritmética, lectura y escritura básicas. Tampoco prestan servicio militar. Así que su relación con el país es difusa. Están organizados como asociación civil sin fines de lucro, con lo cual pagan un reducido porcentaje de impuestos. Cada miembro es autónomo para manejar su dinero como mejor le plazca. Además, tienen un fondo común para ayudar a viudas y huérfanos.

De modo que las personas mayores de 25 años no son nacidas en Argentina. Es el caso de Enrique Peters: en su limitado castellano deja escapar visos de acento mexicano. Labora en un establo, próximo a una de las iglesias que le corresponde a cada campo. – ¿Cuántos me tantea?, -pregunta sobre su edad, mientras enseña el interior del templo, un viernes al caer la tarde-. Los domingos asisten a misa temprano y luego descansan. Por eso las visitas a la colonia han de ser cualquier día excepto el domingo. La iglesia está dispuesta de suerte que los hombres se sienten en un extremo y las mujeres del otro. Tampoco allí hay imágenes. Enrique, de andar cansino, tiene 66 años, 10 hijos, 51 nietos, mirada brillante y sombrero negro de cuero. Explica que los chicos comienzan a trabajar tan pronto como puedan ´agarrar el azadón´. No siente nostalgia por México.

Para ellos el trabajo significa todo. Es su pertenencia social. Para tal propósito usan tractores. No sin antes adaptarles ruedas de hierro y extraer las cabinas, en caso de tenerlas. ´Ganarás el pan con el sudor de tu frente´, es el leitmotiv de su jornada. Se desplazan en carrozas tiradas por caballos. La tecnología que se permiten, como plantas eléctricas y algunas máquinas, es para uso laboral, no para entretenimiento, concepto que les es ajeno.

Justo detrás de las escuelas están los cementerios. Allí reposan los muertos en total anonimato. Sin señas particulares ni lápidas distintivas. Cada tanto alguien se ocupa de fumigar y retirar la maleza de los montículos de tierra que constituyen las tumbas. Cerca, bastante cerca, las vacas pacen imperturbables.

El sistema político-religioso consta de 7 ministros y un obispo. Sólo votan los hombres. Enrique hace un esfuerzo por explicarlo. Está encargado de la iglesia; las autoridades viajaron a una reunión a Santiago del Estero, el otro lugar del país adonde hay asentamiento menonita, tanto más reciente y con menor población.

La historia menonita está estrechamente ligada a las migraciones. Quienes ahora se afincan en Santiago del Estero hacen parte del mecanismo: de Holanda a Prusia, de Rusia a Canadá, de México a Suramérica (existen asentamientos en Paraguay y Bolivia). Suelen ser los miembros más conservadores los que ante el ´riesgo´ de perder sus costumbres y para esquivar los embates de la Modernidad emprenden el éxodo. Así, sin chistar, desde hace lentos e inalterables años.