La Hoja de Bogotá
El goce de Tomás González
El punto de partida del escritor colombiano se halla, en buena medida, en su época de cantinero en El goce pagano.
Acodado al otro lado de la barra, en medio de la soledad del diminuto bar, bajo un tímido bombillo, comienza a hablar de El goce. También de Tomás su amigo, quien pasó por allí hace tiempo, poco antes de marcharse a vivir a Estados Unidos. Es Gustavo Villegas, el dueño del lugar.
Ya por entonces circulaban en el bar, por cuenta de Villegas, unas artesanales ediciones literarias no comerciales: Los papeles del goce. Pero en casa de herrero, azadón de palo. No le queda ningún ejemplar de Primero estaba el mar, la (primera) novela de Tomás González publicada en 1983 para conmemorar los cinco años del sitio.
Tomás llegó desde Envigado para estudiar Filosofía en Bogotá. Comenzando a esbozar el libro fue a parar a El goce en procura de un trabajo que le permitiera escribir por las mañanas y vivir en las noches.
¿Qué pasó con ese texto, Tomás?
—La primera persona que lo leyó fue Dora, mi esposa. Ella era bastante amiga de Gustavo y se lo mandó a él.
Se toma un tiempo antes de responder a cada pregunta. Al cabo, no sobra nada. Su lenguaje es económico. Su casa, verde. Un jardín tupido le permite guarecerse del estruendo exterior. Un sauce llorón se deja batir por el viento, mientras, permanece sentado en su estudio de la planta alta.
Gustavo toca el tema del libro. Hace un par de meses lo vio en una librería de segunda mano.
— ¿El libro te llegó terminado?
—Era un maquinuscrito, estaba escrito a máquina y no tenía cosas que agregar ni que quitar, estaba listo. Pasarlo a las galeras, fotografiar e imprimir. No fue un trabajo difícil, reparta y escuche.
Y es que le llegaron muchas cartas preguntando por el autor. ¨ Es harta la cinta que corrió por cuenta de ese libro ¨, observa Villegas.
Todavía no hay el más mínimo murmullo en El goce: Gustavo permanece inalterable, acodado en la barra.
Tomás, ¿por qué volviste, y por qué a Chía?
—Puro azar. Siempre pensé en volver, la idea nunca fue quedarme-. A la apacible casa de campo a las afueras de Bogotá llegó tras sus años en el exterior, algunos de los cuales dedicados a reparar bicicletas.
¿Cuál es tu cercanía con la ciudad?
—Pues muy poquita, es casi de turismo, cuando voy a Bogotá subo a Monserrate… miro la ciudad, vuelvo a bajar y me vuelvo para la casa. De vez en cuando voy a El goce.
¨Con Tomás es una de esas relaciones que no suponen frecuencia¨, dice Gustavo antes de pronunciar la palabra permanencia. Enseguida tararea una samba del sur. ¨ Tu recuerdo permanecido/me está diciendo/me está diciendo/que no hay olvido ¨. No da con el nombre de la canción pero su rostro delata lo que piensa: Tomás es una presencia en el bar.
¿Qué pasó con Los papeles del goce?
—Se siguen sacando, cada vez con una frecuencia menor y en menor cantidad, apunta Gustavo, no sin orgullo.
¿Qué música oyes ahora, Tomás?
—Poco, trato de oír y me llena demasiado el ambiente. Ocupa mucho espacio.
Explica, con el cercano rumor de los sauces, que ahora lee menos; algo de filosofía oriental y poco más. Se gana la vida con traducciones, desde Shakespeare hasta manuales de instrucción. De El goce Tomás se acuerda de las largas noches, del regreso a casa en la madrugada antes de empezar a escribir.
¿Cual es tu relación con la naturaleza?
—Es cada vez más estrecha. Dedico varias horas del día a la jardinería. Cada vez se vuelve más la actividad principal del día. Es donde me siento más a gusto, con los perros, las matas y las gallinas.
Justamente el cacareo de las gallinas y el viento se sienten (aunque no se oyen) en ese segundo piso desde donde los árboles no son un azar. Le parece que El goce está tal cual: la misma puerta desvencijada, el mismo candado, el mismo color azul. Como si no hubiera pasado un día. ¨ Fueron sólo unos meses, unos meses intensos que parecieron años ¨.
La noche corre en El goce. Gustavo, entre las pausas de sus recuerdos, bajo la tenue luz, habla de su labor en favor de la lectura. En un tiempo llegó a publicar textos –ajenos- cada mes para regalar a los amigos. Algo dice sobre la importancia de resistir, tal vez a modo de velo; el bar, el pequeño bar, está ubicado en una estrecha y empobrecida callecita del centro de Bogotá. Pasada la medianoche de un jueves cualquiera llegan los primeros clientes a El goce, los viejos elepés resuenan en el ambiente, los travestis esperan su turno en los alrededores.
Tomás sabe que en 1983 se hizo el lanzamiento de Primero estaba el mar en El goce pagano. Lo sabe de oídas porque ya se había ido; un mes antes, tras de su paso por la pequeña cantina se iba en busca de sus sueños. “No estuve en el lanzamiento”, dice sonriente desde su casa en Chía. A sus pies su perra Sombra respira quedamente.